Papa, mama y Silvia ya estaban desayunando cuando Javier bajó las escaleras con visible alegría. Al entrar en la cocina, dio los buenos días y se sentó al lado de su madre, a la que no se le había escapado el buen humor del pequeño y que ahora lo miraba con ternura matinal. Mientras su hijo se preparaba para comenzar a comer, le preguntó a Javier:
-¿Y sigue enfermo el señor Gutiérrez?
Sirviéndose una taza de café, Papa preguntó:
-¿Quién?
– El chofer de los niños, que vive al lado de la rotonda.- Aclaró Mama- Es ese hombre con el pelo canoso y bigote, que nos lo cruzamos a veces en el super y tu nunca te acuerdas de quien es.
– ¡Ah!
Javier tragó un trozo de la tostada y antes de propinarle otro bocado, respondió:
– No, el señor Gutiérrez ya se puso bueno. Pero hoy le he visto hacer algo malo.
Mamá y Papa se miraron con extrañeza ante la respuesta. Parecía que Papa intentaba que una pregunta le saliera de la boca, pero no acertaba a dar con las palabras. Fue Mama quien finalmente tuvo que decir:
-¿Cómo que algo malo?
El niño aún tuvo que masticar unos cuantos segundos más para evitar responder con la boca llena, como sus padres le habían enseñado.
– Pues nosotros estábamos esperando al lado del bus a que salieran los del otro curso y el señor Gutiérrez estaba hablando con el jardinero gordo…
– Javi, por favor…
Le espetó su madre moviendo la cabeza.
– Perdona, mama. Con el jardinero. La cosa es que el señor Gutiérrez se estaba fumando un cigarro – Javi dejó la tostada en el plato e imitó con la mano la postura del chofer sosteniendo el cigarrillo. Arrugó la cara y puso la voz ronca para hacer una representación aun más fiel- y decía: “Es que esto del Día de la Promesa está hecho para sacarnos los cuartos, la cosa es gastar… Menuda tontería, yo creo que este año me quedo en mi casa. Que vaya mi mujer si quiere a hacer el tonto”
Después de decir esto, el niño enterró la cara en el tazón de leche con cacao, apurando la mitad de un trago. Por eso no pudo percatarse del suspiro de alivio que sus padres exhalaban mientras se miraban sonriendo.
Mamá aprovecho la oportunidad y, dirigiendo la mirada a Silvia comentó:
– Por cierto, nosotros mañana vamos al Templo a eso de las 9 menos cuarto, que a en punto hemos quedado con los abuelos, los tíos y los primos allí.
La muchacha la miró con cara de suplica mientras recogía su desayuno. Con un tono a medio camino entre el fastidio y el ruego masculló:
– Mama…
– Venga, cariño. Si solo es un rato y luego si quieres te puedes ir con tus amigas. Pero tú ya sabes que a tu abuela le hace mucha ilusión que nos juntemos todos ese día.
– Pfff… Bufó Silvia al dejar los platos en el fregadero.- Bueno mama, pero es que…es un plomazo, pero vale. Voy a terminar de arreglarme.
Acto seguido se encaminó rápidamente hacia las escaleras, mientras lo hacia su hermano pequeño la contestó con el convencimiento de quien dice una obviedad:
– ¡No es un plomazo! Tenemos que ir porque es el día en que Dios y los hombres celebramos que somos amigos y que nos hicimos la promesa de que él nos cuidaba y nosotros éramos buenos.- Que su hermana ya hubiera cerrado la puerta de su habitación, no lo disuadió de su discurso.- Si no vas a te vas a quedar sin regalo, como el señor Gutiérrez o el tonto de Luisito.
Su padre lo miró muy seriamente tras decir esas palabras y le reprochó:
– Oye, pero vaya boca tienes el día antes del Día de la Promesa, ¿eh?
– Pero es que es tonto papa. El otro día estaba chuleándose en clase diciendo que Dios no existía y que éramos unos niños pequeños por creer que si. Que le había dicho su hermano mayor que Dios era mentira y que era una cosa que se habían inventado los adultos para que los niños no les molestaran. Pero me da igual, al señor Gutiérrez y a Luisito les va a pasar como al niño de aquella película que vimos el otro: que se reía del otro chico porque si creía en Dios y al final el malo se quedaba sin regalo y le pasaban cosas malas y el que creía en Dios sin importarle que dijeran los otros chicos, si que recibió sus regalos.
Satisfecho por haber podido exponer que tenia razón, Javier se limpió la boca y se dispuso a recoger su tazón y su plato.
Mama se desplazó desde el fregadero a la mesa, acariciándole al niño la cabeza en el trayecto y sentándose al lado de su marido. Mientras no perdían ojo a Javi, que limpiaba sus platos, el matrimonio intercambió unas cuentas frases apuradas, procurando que su hijo no se diera cuenta.
El chico ya había terminado su labor y se preparaba para subir las escaleras de dos en dos cuando su padre lo llamó:
– Mira cariño, ven un momento que te tenemos que contar una cosa.
Sorprendido, Javi retrocedió sobre sus pasos. Lentamente se acercó al umbral de la cocina mirando a sus padres con cierta preocupación.
– Es un secreto que puedes saber porque tú ya eres un chico grande.
El niño se quedó parado frente a ellos y les observó la cara detenidamente. Sus ojos inquietos y su boca abierta, delataban que su joven mente estaba elucubrando sobre los últimos minutos y la reciente actitud de sus padres. Lentamente empezó a decir:
– ¿Dios no…?
Su padre retiró una silla de la mesa y le invitó a sentarse entre él y su madre. Carraspeó un poco mientras intentaba pensar claramente que quería decir:
– Mira ¿tu te acuerdas de cuando eras pequeño, se te cayó el diente y papa te dijo que si lo dejabas el diente debajo de la almohada mientras dormías vendría el mago de los dientes y te lo cambiaria por un regalo? ¿Te acuerdas que no te podías dormir esa noche porque te daba miedo que viniera el mago?
Javier bajó la cabeza, avergonzado de que le recordaran algo que había pasado hace ya tantos años.
– …Si…
– ¿Y te acuerdas entonces tuvimos que explicarte que el mago de los dientes no existe, y que es algo que se los cuenta a los niños para hacerlos felices? Pues Dios es algo parecido…
– Pero papa ¿Qué pasa entonces con los templos? Tu me dijiste que los templos eran las casas de Dios y que los hay por todo el mundo y son muy viejos…
– Y así es, Javi. Mira, antiguamente como la gente no sabia porque pasaban cosas como que lloviese, la gente se pusiera enferma o amaneciera pensaban que había un ser, es decir: Dios, que era el que controlaba todas esas cosas. Entonces, le construían esos templos para rezarle y tenerlo contento. Pero conforme la gente iba sabiendo más sobre la ciencia pudo ir explicando porque ocurrían las cosas. Y las cosas no pasan porque haya un “Dios” haciendo que ocurran, sino por…bueno, pues por las razones que explica la ciencia. Así que la gente poco a poco se fue dando cuenta de que no podía existir Dios.
Javier miró fijamente a la nada durante unos segundos, antes de girar la cabeza hacia su madre.
– ¿Pero y que pasa con los sacerdotes? Mama me dijo que eran los trabajadores de Dios y que por eso son los que hablan en las fiestas y bendicen a la gente que ha sido buena, para que Dios les haga felices.
Mama le agarró la mano con ternura mientras le miraba a los ojos y le explicaba
– A ver, hijo. Los sacerdotes existieron, mientras la gente aun creía que había un Dios, pero hace ya muchos siglos que dejaron de existir porque ya no hacían falta. Lo que hay actualmente son gente que se disfraza con esas túnicas y adornos durante algunos días del año, pero durante el resto del tiempo son gente normal y corriente que tienen sus trabajos y sus vidas.
– Ah…-
– Haz memoria, Javi ¿Tu has visto algún sacerdote algún día que no fueran los dos o tres que vamos al templo?
– No…es cierto. No he visto ninguno, Papa… ¿Pero entonces ya nadie, nadie cree en Dios?
– Hombre… nadie, nadie… Aun hay algunas personas que dicen que creen. Pero esas son personas que no están muy bien de la cabeza, hijo…son gente que no puede pensar bien, que están enfermos del pensamiento ¿me explico? Piénsalo así: ¿Tú de verdad crees que hay un señor que esta en todos lados pero que no puedes verlo ni hablar con él? ¿Un señor que es inmortal y que lo puede hacer todo?
– Supongo que no… es como si fuera un mago ¿no?
– Claro, y ¿Qué te dijimos del mago de los dientes?
– Que no existía.
– Exacto, cielo.
El niño se quedó mirando con gesto pensativo hacia la nada algunos segundos, entendiendo y asimilando lo que acababan de explicarlo e intentando contrastarlo con lo que creía saber hasta entonces. Levantó la mirada hacia su madre mordiéndose los labios en un ultimo gesto de reflexión antes de preguntar:
– ¿Pero entonces…? ¿Por qué la gente sigue yendo a los templos, como en el Día de la Promesa? Yo he visto a los mayores rezar también y acercarse a los sacerdotes para que les den la bendición ¿Por qué los mayores siguen haciendo eso si saben que Dios no existe?
– Bueno, pues porque aun no exista, la religión también tiene sus cosas buenas. Enseña a la gente desde pequeña que tienen que ser amables unos con los otros, que se tienen que ayudar, que hay que ser generoso… Esas son cosas muy importantes que los mayores quieren que aprendan los niños y que..Bueno, supongo que a veces los mayores también nos olvidamos de ello y tenemos que recordarlo.
– Pero Papa ¿Si no hay un Dios de verdad, de que sirve ser bueno? Si al final no va a venir Dios a castigarte y hacer que te ocurran cosas malas o te va a mandar al Abismo cuando mueras ¿Por qué hay que portarse bien?
– Puede que no haya un Dios, cariño. Pero yo te aseguro que la gente que es mala al final acaba recibiendo su merecido, de una forma u otra. Y que si eres bueno, siempre vas a tener a alguien a tu lado que te va a querer y te va ayudar. No hace falta que exista Dios para que eso ocurra.
Contagiado de la sonrisa que en ese momento surcaba el rostro de la madre, Papa sonrió también y cubrió los hombros de su hijo con el brazo. Levantó la mano libre, con el dedo extendido mientras le advertía al pequeño, en tono de broma:
– Y por supuesto, puede que Dios no te este viendo siempre. Pero Papa y Mama si, así que más te vale portarte bien.
Dicho esto lo zarandeo suavemente, como solían hacer cuando jugaban, mientras a su mujer y a él se le escapaba una risa.
Pero Javier no se reía. Su cara aún no había cambiado la expresión meditativa, más bien se había tornado de preocupación.
Sus padres dejaron de reir y se mirarón desconcertados. Mamá agachó la cabeza hasta la altura de la de Javi mientras le acariciaba la nuca.
– Venga cariño, no te asustes que Papa estaba de broma…
Susurró Mamá mientras esbozaba una sonrisa conciliadora.
– No, si no es eso…
Aclaró el niño con una voz queda.
– ¿No te habrás puesto triste por lo que te hemos contado, no? Tu ya eres un chico mayor y tienes que ir sabiendo estas cosas. – Dijo Papa intentando hacerle ver la poca gravedad del asunto.- ¿O no eres tú un chico mayor?
El chico asintió con la cabeza, mientras articulaba:
– Si, pero es que… ¿Si no hay Dios, eso quiere decir que no voy a tener regalo mañana?
De nuevo su madre no pudo contener una risa mientras lo abrazaba.
– Claro que si mi amor. Tú no te preocupes por eso que mañana vamos a comer toda la familia junta, vas a jugar con los primos y luego te daremos tu regalo como todos los años.
Enternecido, Papa anunció que tenía que irse a trabajar. Los besó cariñosamente a ambos antes de salir, e incluso subió a la habitación de Silvia para despedirse. Las quejas de la adolescente por haber entrado en su cuarto sin llamar no le disuadieron de darle un sonoro beso en la frente y reconfortarse en ver como su niña había crecido en lo que se le antojaba tan poco tiempo. ¿Tanto tiempo hacia que habían tenido una conversación parecida con ella?¿Que había dejado atrás la ingenuidad candida de un infante?
Pensar que aun existía algo como la inocencia de un niño, capaz de creer en algo lo reconfortó durante buena parte del resto de la mañana, pintándole una sonrisa en la cara.
Ya te lo dije en su momento Ray, muy buen texto.
imaginativo, sencillo y directo
Esperaba este texto por aquí, enhorabuena de nuevo!
me ha gustado mucho. buen mensaje y buena narración.
el ratoncito perez si existe T_T
de donde es? ^^
De un servidor, Juanito
Bien bien, no esperaba menos ^^. Lo había preguntado porque me suena a texto de libro en plan «Un Mundo Feliz» o «Numerus Clausus» y tuve curiosidad.