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Perico conducía atento a las indicaciones de Don Manuel hasta que llegaron a los portones de un cortijo. Cuando el coche estuvo cerca, Don Manuel abrió la ventanilla para responder a una voz que salía de no-sé-donde y que sobresaltó al bueno de Pedro.

-¿Don Manuel, es usted?¿Pero no se supone que iba para…? -preguntó la voz dubitativa.

-Pues ya ves que no, ¡lumbreras! Abre los portones y ve preparando los videos que vamos a tener que hacer la reunión desde casa. -La voz de Don Manuel sonaba como la de un sargento de la mili, de esas a las que como le levantes la voz un poco estás en el calabozo hasta que se seque el batisterio de la catedral.

Perico creyó escuchar un «como ordene, señor», pero no podría asegurarlo pues los portones se empezaron a abrir con un estruendo anacrónico que le dejaron con el ojete torcío. Pisó temeroso el acelerador y condujo lentito hacia el caserón sin atreverse a mirar cómo se cerraba la cancela. Cuando se paró el coche salieron al instante un par de criados bien peripuestos a hacerse cargo del coche, de Paco y del abrigo de Don Manuel, quien se dirigió hacia adentro con gesto serio y determinación; aunque se detuvo exasperado al ver que Perico no le seguía.

-¿Pero quieres venir, hombre de dios, para que te explique tu trabajo?

-Zí, enzeguía, zeñó. Lo que paza eh que claro veía yo ar zervicio ahí y digo yo po tendré que quedarme con elloh y aprendé er oficioh- contestó el pueblerino algo cohibido.

-Tú no pienses demasiado, y en lugar de eso estate bien atento a lo que está apunto de ocurrir.

Don Manuel pasó por varias de las habitaciones y bajó algunas escaleras hasta que llegó a una puerta robusta de madera, la abrió e invitó a Pedro a entrar.

La habitación era lo más raro que había visto Perico en los años de su vida. Una habitación grande, con una mesa grande y cara, con sillas caras forradas de terciopelo y telones de terciopelo colgando por toda la habitación. La habitación estaba oscura, así que no alcanzó a ver bien los grabados y motivos que se repetían, pero juraría que había un dibujo que se repetía por todas partes.

-Toma asiento pedro- Le dijo Don Manuel con una voz que le erizó los pelillos de la nuca.

Perico habría levantado la voz y soltado un «¡tu a mí no me hablah así pó mi mae de mi arma me cago en mih muertoh que nó!», pero algo en su interior decidió que era mejor callarse y sentarse.

Al poco de sentarse se encendieron varios proyectores que daban a varias de las paredes, y mostraron una cuenta regresiva, como la de las películas. «¿Po no ma traío ehte ar cine? Ehte ehtá shalao…» pensó Perico mientras dedicaba un vistazo de soslayo a Don Manuel, que se había puesto ropas ceremoniales de color vino «y encima se me disfraza de cura… ¿aydió ande ma metío?». Al terminar la cuenta atrás apareció el dibujo que había notado repetirse pero en grande, y después personas con pose de dar el telediario. Algunas caras le sonaban a rabiar, de películas, del periódico, del parte, y otras no le sonaban ni le sonarían al más culto de los españoles de entonces. Todos llevaban el mismo simbolito en sus respectivos disfraces de cura, iguales que el de Don Manuel. Un ojo en un triángulo (ahí es ná).

-Manuel -comenzó uno de los curas de la película ante el asombro de Pedro-, ¿qué haces que no estás con nosotros en la reunión?

-He tenido una serie de imprevistos, así que tendremos que continuar la reunión de este modo- «¿po no le ehtá hablando ahora a la pinícula?» se extrañó Perico al escuchar hablar a Don Manuel -De todas formas, aquí tengo conmigo lo que habíamos acordado.

Los hombres del cine intercambiaron palabras entre ellos hasta que uno alzó la voz.

-¿Éste es el elegido? Tú. Preséntate.

Hizo falta que Don Manuel le mirase inquisitivamente durante un rato para que Perico entendiese que «los del cine» se dirigían a él. Y hasta entonces le constó luchar contra el pensamiento de que hablarle a la pantalla era de tarado del todo.

-Yo… Me llamo Perdro Sánchez Frutoss -comenzó Perico intentando ocultar con esfuerzo su acento, entendiendo que estaba frene a audiencia refinada -naturá de Benaocazz y pastó de ovejass de vocasión y profesión. Cuando era mozo…

-Suficiente- le interrumpió una de las voces. – Lo has hecho bien Manuel, al fin podemos comenzar el plan.

-Pedro- continuó otro de ellos -, a partir de ahora serás nuestros ojos y nuestros oídos. Nuestra posición es demasiado elevada como para mezclarnos con el vulgo pero tú pasarás muy bien por el pueblo llano. Irás de ciudad en ciudad, aprenderás de la gente de a pié y, mientras cumplas tu misión, no te faltará de nada.

-Llevarás el sello de la orden para que los nuestros te identifiquen y bajo ningún concepto osarás contradecirnos. Haz como decimos y tendrás más de lo que cualquier persona puede desear en vida. Recibirás tu primera misión en un sobre en cuanto termine esta reunión si tu actual patrón está de acuerdo. ¿Manuel?

-Estoy conforme.

-Así sea…- y se apagaron los proyectores.

-Pero qué caraho… -comenzó a decir Pedro por lo bajo cuando sonó el timbre.

A los pocos segundos un criado entró en la sala con una bandeja, portando un sobre que rezaba: «Para Don Pedro Sánchez Frutos» con el sello de la orden y un sello de oro junto al sobre, un sello con el mismo símbolo. Perico fue a abrir el sobre. Pero antes se giró a ver a Don Manuel.

Don Manuel sonreía…

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